Son poco más de una veintena los kilómetros que separan Castro Marim de Tavira. Tanto por la N125 o por la autovía del Algarve podemos llegar a la Villa de Tavira.
Puedo pasar horas y horas paseando por las orillas del río Gilao, viendo como pobres mariscadores, aprovechando la subida y bajada de las mareas para rebuscar en el fango algún que otro berberecho; esperando que un oxidado puente de hierro en cualquier momento se venga abajo, para mayor gloria de su vecino puente romano. Pasar el tiempo muerto tomando un buen café, que en España me niegan, acompañado de sus pasteles, o contemplando la belleza que guardan algo tan simple como son unas chimeneas. ¿Como algo tan insignificante puede ser tan bello? Cuando cruzo el Guadiana en dirección hacia donde se pone el Sol, admiro y miro esas formas tan simples y blancas como si estuviera en el mismo museo del Prado.
La villa de Tavira, de poco más de 8.000 habitantes y 17.000 incluyendo sus feligresías, es junto a Faro, de la ciudades más interesantes del Algarve portugués. En ella se encuentran vestigios romanos, aunque su mayor esplendor como centro comercial lo alcanzó en el Siglo XVI; tras el terremoto de 1755, que dañó gravemente a la ciudad, entró en un constante declive. Ahora sobrevive como un incipiente centro turístico, no del todo masificado y de una pesca cada vez más escasa.
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